Dicen que se acaba y no vuelve, pero creo que se queda y permanece. Los días incontables de la vida, son como los cimientos que forman como arena, la base en donde se escribe la esencia de lo que somos. Imborrable porque existe, aunque el olvido se empeñe en ser el corrector de lo que no queremos ser. Sin embargo, cuando la brújula pierde su norte o su sur, volver a los rastros entre las dunas, se encuentra la ruta esperada e inesperada. Por más que corramos y huyamos, incluso, de nosotros mismos, hay secuencias que serán inesquivables, y aunque retardemos su encuentro, en algún momento estarán frente nuestro. Las esperas tienen un sentido metafísico: “llegan en su momento” y también “se van porque no nos corresponden”. La sabia lógica y la locura exacta, justifican el punto medio, el equilibrio que escasea la mayoría del tiempo, no obstante llega la coordenada en la que establecerse entre nubes, parece un sueño increíble. Ahí se sana, se vuelve a creer y quizás confiar, con las reservas de la experiencia.
Hoy que parto a otro lugar, recordé a través de Unravel de Bjork.